Nunca he dado explicaciones acerca de lo que he escrito. Supongo que para todo hay una primera vez.
Prácticamente todo lo que hay aquí escrito tiene un destinatario. Rostros más o menos definidos. Emociones más o menos intensas. La urgencia de tener que extirpar de mí aquello que me abrasaba por dentro.
Como ya he dicho nunca he dado explicaciones. Y nunca he sentido la necesidad de hacerlo. Y mucho menos he tenido la intención de dejar constancia de para quién escribo.
Hoy, sin embargo, te hablo directamente a ti. Soy consciente de que quizás no leas esto nunca. Pero soy aún más consciente de que no puedo obligarte a escuchar algo que no quieres oír. Juro que he buscado la forma de decirte todo lo que un día quedó atrás sin causar más heridas. Y supongo que la única solución relativamente justa que he encontrado es esta. Imagino que si en algún momento apareces por aquí, será porque, por un motivo u otro, quieres saber de mí.
Sobra decir que no voy a nombrarte. Eso prefiero guardármelo para mi. Tampoco voy a extenderme demasiado. Tu y yo solíamos entendernos sin necesidad de mucho más. Confío en que, al menos eso, no haya cambiado.
Un día te dije que no iba a cambiar de opinión por mucho tiempo que pasase. Los días se han convertido en meses y la que ha cambiado he sido yo. La fragilidad te vuelve fuerte si eres capaz de lidiar con ella. Por suerte o por desgracia, la fragilidad durmió conmigo durante demasiadas noches. Aprendí a arrullarla, a acunarla sobre mi almohada.
Lo que un día fueron pedazos, hoy puedo decir que vuelve a ser.
Es una historia distinta. Faltan fragmentos, personajes. Pero vuelvo a escribirla yo.
He cambiado pero mantengo mi palabra. Dije que nunca dejaría de echarte de menos.
Y nunca he dejado de hacerlo.
Quería que lo supieras.
Nunca te conformes con menos de lo que mereces.
S.