viernes, 6 de diciembre de 2013

Arrorró.

Nunca he dado explicaciones acerca de lo que he escrito. Supongo que para todo hay una primera vez.

Prácticamente todo lo que hay aquí escrito tiene un destinatario. Rostros más o menos definidos. Emociones más o menos intensas. La urgencia de tener que extirpar de mí aquello que me abrasaba por dentro.
Como ya he dicho nunca he dado explicaciones. Y nunca he sentido la necesidad de hacerlo. Y mucho menos he tenido la intención de dejar constancia de para quién escribo.
Hoy, sin embargo, te hablo directamente a ti. Soy consciente de que quizás no leas esto nunca. Pero soy aún más consciente de que no puedo obligarte a escuchar algo que no quieres oír. Juro que he buscado la forma de decirte todo lo que un día quedó atrás sin causar más heridas. Y supongo que la única solución relativamente justa que he encontrado es esta. Imagino que si en algún momento apareces por aquí, será porque, por un motivo u otro, quieres saber de mí. 
Sobra decir que no voy a nombrarte. Eso prefiero guardármelo para mi. Tampoco voy a extenderme demasiado. Tu y yo solíamos entendernos sin necesidad de mucho más. Confío en que, al menos eso, no haya cambiado.

Un día te dije que no iba a cambiar de opinión por mucho tiempo que pasase. Los días se han convertido en meses y la que ha cambiado he sido yo. La fragilidad te vuelve fuerte si eres capaz de lidiar con ella. Por suerte o por desgracia, la fragilidad durmió conmigo durante demasiadas noches. Aprendí a arrullarla, a acunarla sobre mi almohada. 
Lo que un día fueron pedazos, hoy puedo decir que vuelve a ser.
Es una historia distinta. Faltan fragmentos, personajes. Pero vuelvo a escribirla yo.
He cambiado pero mantengo mi palabra. Dije que nunca dejaría de echarte de menos. 
Y nunca he dejado de hacerlo.
Quería que lo supieras.


Nunca te conformes con menos de lo que mereces.
S.




1 comentario:

Mirada