_Ella era un chica de costumbres ¿sabes?. Tenía tantas que a duras penas puedo recordarlas todas. Sin embargo, hay una que destaca por encima de todas las demás. Una que se grabó a fuego en mi memoria y que, me temo _me miró a los ojos_ nunca podré olvidar. Esa costumbre era increíble. Fantástica. La más maravillosa de todas. Y yo...yo no supe verlo. Pude ver en su rostro el rastro de la tortura que aún hoy le suponía recordar aquello. Siguió hablándome.
_Cada mañana, cuando a penas era consciente de que mis pupilas le daban los buenos días a la mañana, ella se aferraba a mí y me susurraba que me necesitaba.
Su voz se quebró. Necesitó unos segundos para recomponerse.
_A pesar de que era una chica de costumbres, un día dejó de hacerlo. Esa costumbre se marchitó. Simplemente dejó de existir. Y aunque seguimos muchos años más, nunca pude dejar de pensar que ella no quiso necesitarme más.
Uno no puede huir de sus propios fantasmas.