Fue en el preciso instante en el que la inocencia decidió dejar de comerse las uñas para convertirse en algo más que decepciones y vacío existencial. En el mismo segundo en que mi cama dejó de ser nuestra fuente de inspiración y pasó a ser el cementerio de toda tu poesía, de todos los poemas que algún día dibujaste sobre mi piel.
Entonces abrí los ojos.
Entonces abrí los ojos.
Le observé impasible, dejando que los sentimientos resbalasen sobre mi piel hasta destrozarse contra el suelo.
_No es culpa mía_murmuré.
_Por supuesto que no es culpa tuya, nadie está diciendo lo contrario. Si la culpa fuera de alguno de los dos, sería mía, no tuya.
Aparté la mirada, que hasta ese momento se había mantenido fija en él. Yo no tenía tan claro que fuera así.
_¿Tuya por qué?
_Por consentir que esto tomase forma, por dejar que te acercaras a mí, por no odiarme por cada segundo que pasaba contigo. Por enamorarme de ti sin oponer resistencia. Por eso es mi culpa.
Suspiré y esbocé una sonrisa sarcástica. Él se sorprendió.
_¿Te parece gracioso? _me preguntó.
_No, claro que no. ¿Y dices que tú te enamoraste de mi?
_Sí.
No había rastro de duda en su expresión pero no podía creerle. Le miré con dureza.
_Tú no tienes ni la más remota idea de lo que es estar enamorado.
Divenire.